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Asfixia urbana

Cuando vi que mi tesis doctoral estaba aprobada para ser defendida en un mes, sentí un gran alivio y luego una pequeña ola de calor recorrió mi cuerpo. Llamé a John contándole sobre el reporte que mi jurado escribió. Él dijo que hoy, aunque martes, prepararía un Sunday roast para celebrar. Luego conversé con mamá y juntas vimos los pasajes para que asista a mi defensa y se quede con nosotros por un mes.


Mientras todavía sostenía el reporte, recordé que desde que mi profesor de Biología en 3.º de secundaria (todavía yo vivía en Rurrenabaque) mencionó que el máximo grado era de doctora y luego de eso solo estaba dios. Decidí perseguir ese sueño del grado máximo. No fue sencillo elegir una carrera ya que casi todos los cursos me gustaban, excepto Geografía porque creí que estudiaba fenómenos muy complejos. Diez años y algunas becas después estoy a un mes de llegar a ese sueño y felizmente tengo algunas ofertas en compañías de energías renovables aquí en Londres. Pero cuánto me gustaría poder llevar este tipo de tecnologías al Beni u Oruro, donde es tan necesario y corre tanto el viento, así podría ayudar a abrigar y mejorar la calidad de vida de mi gente. Tal vez es algo que por ahora deba postergar y planear bien para dentro de 20 años, cuando ya hayamos formado una familia y los niños crezcan y estén fuera de casa. John tocó el timbre y eso me trajo a la realidad.


Él estaba muy feliz por mí y mientras cocinaba, charlábamos sobre su día en la fábrica y cómo su colega, con quien no se lleva bien, casi pierde el índice derecho remallando la basta de un mono por error de la máquina de coser. John es un trabajador blue-collar que confecciona los cuellos de los monos. Eso  siempre me pareció muy irónico: que confeccionara monos vistiendo un mono. Aunque ahora que lo pienso, lo mismo podría pensar de Chioma, mi mejor amiga que es experta en antropología biológica, pero tal vez mi sesgo académico no me permitió ver eso antes. Brindamos y empezamos a comer. Probé el Yorkshire pudding más crocante de mi vida. Pensé en cuán afortunada soy de estar cumpliendo mis sueños y tener a mi costado a un buen compañero que me apoya. Mientras masticaba la carne rostizada, la pasé sin darme cuenta y empecé a sofocarme.


- “What’s going on, babe? Are you OK?” Pregunta John con ojos horrorizados mientras se levanta abruptamente, viendo cómo lucho por respirar.


Solo atino a golpearme el pecho repetidamente pero sin éxito. Tengo mucho miedo y la desesperación crece al sentir que llevo varios segundos sin poder respirar y posiblemente esté muriendo. No veo la historia de mi vida pasar como hubiera esperado de las únicas experiencias cercanas a la muerte que gané viendo películas. Más bien pienso en un futuro que ahora se desvanece; pienso en mi defensa del doctorado y que esa fiesta nunca ocurrirá, pienso que no podré volver a estar en Rurre y no podré abrazar a mi madre nunca más. Toso. Intento hablar y una voz muy gutural y desconocida dice “Manam samayta atinichu”. John sigue fuera de mi campo visual. Puedo respirar por unos segundos cuando decido tomar agua del grifo para pasar la carne y vuelvo a atorarme. En la desesperación, camino hacia la calle para encontrar ayuda fuera y noto que John aparece repentinamente y está sosteniendo la perilla de la puerta, luchando contra mis esfuerzos por salir. John pone tanta fuerza en sus manos que casi puedo escuchar sus dientes rechinar. Alcanzo a escuchar un “It's over for you indian girl”.


Nada tiene sentido. ¿O tal vez sí? Recuerdo cuando John me recriminaba por trabajar hasta tarde en mi tesis. Que de alguna forma me empujaba a considerar tener niños, ¡hasta nos comprometimos! Ninguna de las cuales fue meta para mí antes de conocerle. ¿Acaso él tuvo algo que ver con el accidente de su colega esa mañana? No más hipótesis, está claro ahora. Le propino un rodillazo, él se desvanece como el respeto y el amor que tuve por él. Ese rodillazo hizo que el pedazo de carne pasara, es doloroso pero al menos respiro. Corro a la tienda pakistaní de la esquina, donde sé que tía Zaynab me ayudará. Sollozando le cuento lo que pasó en los últimos minutos y medio, me abraza, me da de beber un té herbal y me asegura que todo estará bien mientras llama al 999.

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